i... me he sentido perseguida, perseguida por algo que no puedo ni siquiera ver.

i… me he sentido perseguida, perseguida por algo que no puedo ni siquiera ver

El domingo 22 de marzo comprendí que era la última vez que presenciaba una Misa, que comulgaría… ya sé que muchos dirán, – no es la última, esto pasará, y lo sé porque confío en Dios, pero luego de tanto tiempo, de que la Misa para mí no es una rutina de domingo, sino un día a día escuchar, participar, pero sobre todo alimentarme de Dios; ya que eso es la base de mi fe.
¡Si… me he sentido perseguida, perseguida por algo que no puedo ni siquiera ver, que es hasta de otra naturaleza!.

He sentido en estos días algo que jamás a lo largo de mi vida dentro de la Iglesia, había vivido. He visto mi fe violentada; no había logrado entender a nivel Iglesia la magnitud que tenía esto que estamos padeciendo. Claro, sabía que teníamos que tomar precauciones y las tengo: me lavo las manos, no saludo, cuido mi distancia y demás, cosas que por mi estudio ya lo sabía y hacia desde antes.

Pero, una Iglesia cerrada o mejor dicho, un templo cerrado; He entendido porque muchos se sienten atacados y “rasgan sus vestiduras” al saber que la comunión es dada en la mano, que no hay saludo de paz estrechando la mano; sienten quizá posiblemente: UNA FE VIOLENTADA.

A los Jóvenes nos cuesta profesar nuestra fe en la escuela, la familia, el trabajo o los amigos; y vemos esto como una lucha constante de ir “contracorriente” Ah… ¡pero llegamos a Misa y todo cambia!, llegamos a una sesión de grupo juvenil, a una Hora Santa y es como cambiar de canal de lo malo que vivíamos; pero esto implica un nuevo reto, vivir contracorriente contra nosotros mismos, contra el reconocer que yo soy Iglesia y en mi está Dios, que en mi familia, de la que tanto me he alejado por estar en la Iglesia, debo encontrarla y mostrarla, será un nuevo reto.

Y es que, a decir verdad, en México profesamos la fe de una manera muy libre, desde hace más de 80 años, tomando en cuenta que la guerra Cristera (1926-1929) fue de los más grandes acontecimientos contra la fe de los últimos tiempos.

¿Te has visualizado participando en Misa a escondidas? La verdad siempre había creído que si a mi me pasara, lo pensaría; no sé si lo dudaría… tal vez no, pues muchas veces lo digo: ¡esto vale la vida! Seguir a Cristo tiene y tendrá siempre sentido en mi vida.

El domingo 22 de marzo comprendí que era la última vez que presenciaba una Misa, que comulgaría… ya sé que muchos dirán, – no es la última, esto pasará, y lo sé porque confío en Dios, pero luego de tanto tiempo, de que la Misa para mí no es una rutina de domingo, sino un día a día escuchar, participar, pero sobre todo alimentarme de Dios; ya que eso es la base de mi fe.
Si… me he sentido perseguida, perseguida por algo que no puedo ni siquiera ver, que es hasta de otra naturaleza.

Desde que sabíamos que esto pasaba en el mundo, pusimos manos a la obra, los Adolescentes y Jóvenes, quienes no podíamos quedarnos sin el acompañamiento, sin la oración ni la fortaleza por no estar dentro del templo. Me empezó a quedar claro, y comenzamos a generar contenido y acciones muy concretas, y que primero Dios serán de gran ayuda. Pero debo confesar que aunque entendí… oré, lloré y viví la última Misa en la que participé: como siempre y como nunca.

Yo no comprendía del todo cuando leí en la «Christus Vivit» lo que el Papa dice sobre la realidad del joven creyente en la guerra, “A otros jóvenes, a causa de su fe, les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de diversos tipos de persecuciones, e incluso la muerte.” (CV 71) pero, hoy lo entiendo y lo vivo, sé que no seremos asesinados por quien no cree como nosotros, pero si habrá una diferencia en lo que estamos acostumbrados.

Esto para mí fue un gran beso de Dios, un abrazo de María que me impulsará a orar más, obrar más y acompañar más, porque hoy sentí lo que tanto hemos dicho «SE CIERRAN LOS TEMPLOS PERO NO LA IGLESIA, PORQUE LA IGLESIA SOMOS TODOS».

Hay que cuidarnos, prevenir y no salir de casa, hoy que visité a Dios en el sagrario, me lo traje en mi corazón y no, no tiene caducidad, permanecerá en mi mucho más que la pandemia en el mundo.

Además de la realidad pastoral y sanitaria sabemos que vendrá una crisis económica y existencial, pero, tengamos fe, pongamos de nuestra parte, El Evangelio de San Juan 9, 1-41 que escuchamos el domingo 22 de marzo, la última Misa presencial, muestra la acción de Dios por medio de la ayuda del hombre “Dios utilizó la saliva, el lodo, el río y al mismo ciego para que le colaboraran en el milagro, no porque no podía hacerlo Jesús solo; sino porque quería hacer al ciego parte de su sanidad”.