Siempre supimos los seminaristas de los años 80’s que con el Padre Jorge de rector, tan humano, estábamos en buenas manos. Cuando reflexiono en mi sacerdocio, sería injusto no referirme al Padre Jorge, por quien siento gratitud y admiración.

 

 

 


Quizá, lo que ahora escriba no complete ni un 5% de lo que Él era; pero me atrevo, porque quiero dejar en constancia mi afecto y agradecimiento. Cuántas anécdotas del Padre Jorge como mi formador; qué difícil tarea en una época del Seminario donde se necesitó reinventar todo. Y digo reinventar, porque llegó el momento de la vida del Seminario donde le tocó ser rector de más de 100 seminaristas, sólo del menor.
Era la época en los años 80’s del “efecto Juan Pablo II, donde seminarios y grupos juveniles se abarrotaron. Él supo responder a esa exigencia. Y aunque no todos los jóvenes nos quedábamos en el Seminario, muchos de ellos le guardan afecto y gratitud porque fue un formador de esa generación.

Recuerdo cuando faltaba despensa en el Seminario, se subía en su camioneta y se iba al Mercado de Abastos o a los ranchos de Arteaga a pedir provisiones para sus chicos del seminario.

El Seminario dejó de ser Institución fría en su tiempo, para ser una familia. Los papás de los alumnos se consideraban también formadores. Los grandes de casa cuidaban a los más pequeños. El ambiente era cordial entre jóvenes inquietos por supuesto.
Cuando salía a visitar a los seminaristas que estudiaban fuera, nos quedábamos con la inquietud de que nos platicara cómo le había ido. Sus charlas, sus clases, sus homilías nunca eran aburridas.
En el seminario se organizaban Misas Familiares, de convivencia y entrega de informes. El padre Jorge, como rector, tenía una reunión con nuestros papás, que entraban serios y salían contentos. Una de las frases que nunca se les olvidará a mis papás era:
– No porque sean seminaristas les den mejor de comer. En vacaciones, pónganlos a trabajar. Jaja.
Eran encantadoras sus breves misas y homilías deliciosas tan llenas de sencillez y tan profundas de contenido. Ahora me llena de orgullo escuchar de tanta gente, que lo seguía por sus sencillez y por sus homilías amenas.

  • Esposos, quieran a sus esposas, díganles: “aquí te traje ya tu pollo loco, ¡qué más quieres!
  • Esposas, si sus maridos dicen que andan en el “Conejo Loco”, ¡no crean que es un salón de fiestas infantiles!
  • Dios quiere que tengan un corazón grande, no un corazón de pollo… ¡No, sino un corazón grande… un corazón de vaca!

Quizá ustedes puedan añadir más de sus frases…

Siempre me agradó la camaradería que sostenía con sus amigos el Padre Plácido, el Padre Lázaro, el Padre Armando, el padre Sergio Guízar. Siempre que hablaba de un sacerdote lo hacía con respeto y exaltando las virtudes de aquel sacerdote.
Es inolvidable en mi mente, cuando falleció el “Padre Coke”. El padre Jorge estaba en una reunión de rectores fuera de Saltillo, al saber la noticia, regresó a Saltillo tan pronto como pudo. Cuando llegó, se acercó al ataúd, profundamente conmovido lleno de incredulidad y cariño… le da una fuerte palmada al féretro. En ese momento vimos los seminaristas al Rector, al hombre fuerte de la casa… tan humano, que sabíamos que estábamos en buenas manos todos los recién ingresados.

Fue el mejor de los maestros que ha dado el Seminario de Saltillo, por muchos años viajaba a Monterrey cada semana, porque era maestro también en aquel Seminario. Recuerdo cuando lo cambiaron del Seminario como formador, nos reunió en la capilla y nos hizo pasar de uno en uno al frente de la imagen del Sagrado Corazón y del sagrario y nos pidió que nos presentáramos tal cual con Jesús, pronunciando nuestro nombre y nos dijo: Si ustedes quieren ser sacerdotes… no dejen que nada ni nadie se los impida.
Gracias Padre Jorge.
Salve Maestro.